I don't know how many of you grew up reading The Famous Five books, by Enid Blyton. I think I became hooked around fourth grade. It was amazing to read about four kids same age as I was, allowed to go on camping trips on their own, rowing out to sea to spend a day out on an island, or driving their own cart and pony. Growing up in Madrid, I wasn't even allowed to walk to school on my own!
I read them all. I was fascinated by ginger beer, not knowing exactly what it was, but feeling it had to be as good as being allowed to pack a knapsack and a tent and getting to spend time out in the outdoors having great adventures with your best friends.
My only chance to have "adventures" was during summer months when I got to go to a small town, near Madrid, Pezuela de las Torres, on the weekend. It was barely an hour away, but it felt like a parallel universe. My two cousins and I -three scallywags thick as thieves- were allowed to go shopping by ourselves to the little general store barely a block away, we went to gather blackberries and went exploring up the hills with my father, got to play outside, ride our bikes and even befriended the green-grocer's dog, Billy. It wasn't exactly Tim (a small black mongrel, barely a foot tall) but just like the Famous Five, we had a loaned dog to round up the group. We never got to have a camping tent or spend a few days on our own, eating cold chicken and drinking ginger beers, but the satisfaction and sense of being "grown up" when we got our allowance on Sunday evening and walked to the center square to buy candy, made me feel as if I owned a small slice of the world. We'd get back home to hide a "treasure" in the yard (a box of cookies we filled up with toys) hoping it would still be there next weekend. Too many adventures that could fill a book, I think :)
Summer invariably brings back memories of summers past. Thirty some odd years later, I'm glad I got to remember the places and the people, the smells of the bakers' where we'd go to take our roasts, and the taste of the fresh blackberries straight from the vine, the candy loot we'd eat sitting at the square on the stone wall, as Sunday started to wind down knowing we'd have to wait a whole week to come back and do the same. Couldn't wait to grow up, couldn't wait till next weekend.
And as it goes I got my wish: time moved much quicker than I expected it to and here I am, one year older and still look forward to re-living some of the same sensations during the short summer months. I love picking blackberries and eating them fresh from the vine, I'm still find searching for hidden treasures when I get half a chance and go geocaching, and enjoy the occasional bit of candy as much as I did back then.
And though not quite the same, I can still get wrapped up in the adventures of three British kids, listening to the Harry Potter adventures while I sit and sew, imagining what it would be like to drink butterbeer with your two best friends.
Just like then, I am not sure what it would taste like, but I am sure it has to be as good as I imagined the ginger beer of those books back when I was ten.
If you want to see pictures of Pezuela de las Torres, you can do so
here.
No se cuantos de vosotros habreís leido los libros de Los Cinco, de Enid Blyton. Me enganché allá por cuarto de E.G.B, creo. Alucinaba leyendo las aventuras de unos crios de mi misma edad que iban de excursion ellos solos, o cogian un barco de remos para pasar un día en una isla y que tenían hasta caballo y carricoche. Viviendo en Madrid, ni podía ir al colegio yo sola!
Me los leí todos. Me fascinaba su bebida favorita, la cerveza de gengibre. No sabiendo lo que era, me imaginaba que debía ser tan buena como poder coger una tienda y una mochila para pasar unos dias de excursión con tus mejores amigos.
La única oportunidad de tener "aventuras" era en el fin de semana, cuando iba a pasar el día con mis primos a un pueblecito cerca de Madrid, Pezuela de las Torres. Estaba a un paso de Madrid, pero era un universo paralelo para nosotros, los pequeños de entonces. Mis primos y yo -tres perillanes como carne y uña- podíamos hacer todas las cosas que no podíamos hacer en Madrid. Ir a la compra solos, a la tienda de ultramarinos, que estaba a un paso de casa, o a coger moras y explorar el monte con mi padre. A montar en bici o jugar en la calle, y hasta hicimos buenas migas con el perro de la verdulera, Billy. Aunque no se parecía a Timoteo (medía poco más de una cuarta y era negro), teníamos perro prestado para, en mi imaginación, parecernos un poco más a Los Cinco. Nunca fuimos de acampada, ni tuvimos grandes aventuras del estilo de Enid Blyton. No comimos sandwiches de pollo frio ni bebimos cerveza de gengibre, pero la satisfacción de ir como "mayores" a la plaza del pueblo, los domingos a última hora de la tarde a gastarnos la paga en chucherias, me hacía sentir como si me pudiese comer (por lo menos) una rebanada pequeñita del mundo. Volvíamos a casa con los bolsillos llenos de caramelos, y justo antes de marchar, escondíamos un tesoro (una caja de galletas con juguetitos) en el patio, para ver si seguía allí el siguiente domingo. Muchas "aventuras", quizá suficientes hasta para escribir un libro :)
Los veranos siempre me hacen pensar en los veranos de hace ya mucho. Hace ya de esto treinta y muchos veranos. Me alegro de tener tan buenos recuerdos. Me acuerdo de los sitios, de la gente, del sabor de las moras recién cogidas y el olor de la panadería donde llevabamos el asado, o de la paella de todos los domingos. Recuerdo el sabor de los polos Drácula de postre y las chucherias que nos comíamos sentados en el muro, en la plaza del ayuntamiento todos los domingos por la tarde, cuando nos quedaba poco tiempo allí y sabíamos que había que esperar una semana entera para volver a hacer lo mismo. No podía esperar a hacerme mayor, no quería tener que esperar una semana entera para ir de nuevo.
Pero como suele pasar, el tiempo pasó demasiado deprisa y crecí y aquí estoy, con un año más, pero todavía deseando que llegue el verano para poder hacer algunas de las cosas que hacía entonces. Ir a por moras y comerlas antes de llegar a casa, ir a buscar "tesoros" escondidos en cuanto puedo y voy de geocaching. Hasta comerme alguna chuchería, que disfruto casi tanto como disfrutaba en la plaza de Pezuela los domingos por la tarde. Y aunque hacía mucho que no leo Enid Blyton, aún me puedo ensimismar escuchando las aventuras de otros tres niños ingleses, mientras estoy sentada cosiendo y oigo los libros de Harry Potter en audio. Me puedo imaginar, sin mucho esfuerzo, como sería sentarse con tus dos mejores amigos, bebiendo una botella de cerveza de mantequilla.
Igual que entonces, no tengo ni idea a que sabrá, pero seguro que está tan buena como la cerveza de gengibre de los libros que leí cuando tenía diez años.
Si quereís ver fotos de Pezuela, podeís pinchar aquí.
Gracias Chiqui por haberme hecho recordar!
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